Foto Molinera Amazonas.

La conversación se alargó hasta altas horas de la noche. Sobre la una de la madrugada llegaban al piso. No podían ni con las pestañas, fue llegar y meterse en la cama. Mario no recordaba lo que era despertarse por decenas de trinos, la mayoría de los vecinos tenían pequeñas jaulas donde los pobres animales cantaban sus penas durante toda la vida. Realmente era una práctica cruel, pero muy arraigada. 

Encarna ya se había despertado y estaba leyendo la última novela de La madre de Frankenstein.  Ya había preparado café. Rosario había dejado cuatro cosas en la cocina, entre ellas leche, café, azúcar y un paquete de galletas maría. 

- Buenos días amor -musitó Mario mientras se desperezaba.

- Buenos días monicaco - dijo Encarna con una sonrisa de picardía.

- ¿Ya no soy tu queridito?

- Pues claro - se levantó y lo abrazó.

- Mira, muy cerca de la mezquita, en un rincón hay una cafetería muy humilde que hacen unas tostadas con manteca colorá que quita el sentío  (con acento andaluz)

- Pues para allá que vamos.

Fueron bordeando el Guadalquivir hasta llegar a la torre de la Calahorra. Atravesaron el maravilloso puente romano.  Encarna ya empezó a sentir los latidos en su corazón, hasta ese momento no recordó que por aquellas callejuelas recibió su primer beso de amor y sin querer retrocedió a ese momento.

Antes de llegar al pequeño bar, Mario recibió un mensaje de Rosario - Os esperamos a comer. Mamá ha preparado Arroz con conejo, espinacas y ajetes - el contestó con un OK. El bar era muy sencillo, la camarera les recibió con una sonrisa. Llevaba unas mallas negras y una camiseta muy ceñida de color azul eléctrico. daba la sensación de que en cualquier momento se pondría ha hacer flexiones. Mario se pidió media tostada de zurrapa y Encarna media de jamón, las dos acompañadas de un café con leche. 

Mientras tanto Reyes ya había cortado el conejo, pelado los ajetes y lavado las espinacas. Hacía tiempo que le gustaba preparar el Concentrado de caldo de verduras.  Lo dejó todo preparado, solo tenía que echarle el caldo en el último momento.  

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